Desenmascarando el Mal: La verdad detrás de nuestros deseos más oscuros.
El mal, como acción, puede ser un pensamiento, pero eso suele olvidarse, un maldito pecado mental intrascendente. En general, el mal solo es mal cuando se convierte en acción y sale de nosotros como manifestación de nuestra oscuridad. Pero, como acción, no es inherentemente malo; más bien, lo es solo en relación con otras acciones o, mejor aún, con percepciones de acciones—interpretaciones. Por encima de todo, el mal es una función de la relación de uno con su manque, la falta fundamental que estructura el deseo.
La mayoría de las veces, lo que es malo no está determinado por una reacción externa, sino por la acusación del Otro interior, ni por las codificaciones morales que intentan definirlo. Más bien, el verdadero peso del mal emerge en las coordenadas subjetivas de la propia falta, en cómo el acto se sitúa en relación con ese vacío que constituye al sujeto.
En el psicoanálisis lacaniano, el sujeto está siempre estructurado alrededor del manque-à-être—la falta de ser. Es esta ausencia la que alimenta el deseo, la que da origen al habla y a la acción. La cuestión, entonces, no es si una acción es mala en un sentido universal, sino más bien: ¿Qué significa esta acción en relación con el deseo que desencadena un pensamiento y luego una acción? El dolor de confrontar el mal propio no es una medida directa de verdad; más bien, señala una perturbación en el tejido simbólico, el encuentro con lo Real. Si algo hiere, no es simplemente porque refleja la falta, sino porque interrumpe el cuidadoso velo que la oculta—obligando a un encuentro con aquello que uno se esfuerza en mantener escondido. Esa cosa que siempre se intenta enmascarar—la falta—es el centro de la vida. Esa cosa, ese aparente “acto malvado”, expone la falta a la vista de todos, desgarrando la ilusión de totalidad.
Cuando alguien dice: "Has hecho algo malo", su juicio es un reflejo de sus propias coordenadas simbólicas e imaginarias. Para esa persona, el acto puede ser maldad o simplemente un error, pero esta evaluación no define el acto en sí y mucho menos la relación del sujeto con él. Lacan insiste en que el sentido no es inherente; se construye retroactivamente a través del orden simbólico. Así, la dimensión ética de un acto no tiene que ver con ajustarse a leyes morales externas, sino con si se actúa en fidelidad a la propia verdad inconsciente, a la falta estructurante que constituye al sujeto.
Hacer el mal, entonces, no es violar una regla externa, ni producir una reacción particular en el Otro. Es actuar de manera que se desmiente la propia falta, el propio manque. Es rehusar la estructura que constituye la subjetividad, huir de lo Real que acecha tras el deseo. ¿Pero cómo se huye de lo Real? Se manifiesta en el aferrarse a falsas certezas, en la repetición compulsiva de actos destinados a amortiguar la presencia de la falta, en la persecución implacable de una completitud ilusoria. Esta huida no es neutral—tiene consecuencias. El intento de escapar de lo Real no hace desaparecer la falta; más bien, intensifica el sufrimiento, arrastrando al sujeto al ciclo interminable de la jouissance, ese exceso que nunca satisface y que solo profundiza la herida.
Este es el paradoja: el mal es a la vez intensamente subjetivo y radicalmente contingente. No existe como categoría fija, sino que se revela a través de la relación del sujeto con su propia falta. Una acción que parece monstruosa para alguien puede ser un necesario atravesamiento de la fantasía para otro. Y, sin embargo, si uno actúa sin reconocer su propia estructura, si se engaña creyendo que puede escapar de su manque, entonces quizás eso sea lo más cercano a un mal verdadero—un mal no del acto en sí, sino del rechazo de la propia existencia.
En este sentido, la relación de uno con su mal es la relación con uno mismo. Es la negociación constante entre deseo, falta y ética. Confrontarlo no es buscar la absolución del Otro, sino enfrentarse, abrazar con honestidad implacable, el abismo que constituye al sujeto.
Abrazar la falta es aceptarla por completo—reconocer que aquello que uno anhela para sustituirla nunca llegará. No hay resolución externa, no hay cumplimiento final que selle el vacío. Se cometa o no un acto considerado malo, la falta permanece intacta. El único acto genuino es resistir la ilusión de la completitud y habitar la aceptación del deseo como una estructura abierta, un movimiento sin resolver más que un desenlace cerrado.
Comments
Post a Comment