El Padre Perverso: cuando el amor se vuelve una trampa
Él no era obviamente cruel.
Sonreía. A veces, reía.
A veces, te sostenía de una manera que te hacía creer (aunque solo por un instante) que el mundo era seguro.
Pero la crueldad no siempre se anuncia con un látigo.
A veces seduce.
A veces retiene.
A veces tortura en silencio—de formas tan sutiles, tan duraderas, que resuenan a lo largo de toda una vida.
Esto no es un diario personal—aunque podría serlo.
Es un mapa de un tipo de paternidad que ha marcado muchas vidas, incluida la mía:
Padres que aman dominando, que gozan engañando, que disfrazan el abuso con encanto y autoridad.
El padre perverso
¿Qué es un padre perverso?
El término “perverso” suele perderse en la histeria moral y en la caricatura sexualizada. Pero en el psicoanálisis lacaniano, la perversión no trata, en primer lugar, de actos: trata de estructura.
Específicamente: una père-version—una configuración psíquica en la que el niño se vuelve hacia el padre no como portador de la ley simbólica ni como narrador de los límites, sino como aquel que goza más allá de la ley, que hace la ley, y que posiciona al niño para que encaje en ese goce.
En esta estructura, el padre es elevado a una figura que encarna tanto la autoridad como la transgresión—y el niño se alinea con él, no para ser protegido, sino para participar en una forma de goce donde él mismo es objeto e instrumento del deseo paterno.
El sujeto perverso rechaza la castración simbólica—el límite de la ley, el “no” que separa el deseo de la satisfacción total. En lugar de someterse a la ley, se posiciona como su ejecutor o excepción. Se convierte en aquel que “sabe lo que realmente quieres”, que escenifica tu deseo por ti, y que obtiene jouissance—un goce doloroso, excesivo—manipulando el deseo de los demás.
El padre perverso no es solo un mentiroso. Él es la mentira. Un hombre que no simplemente engaña a los demás, sino que ha construido toda su subjetividad sobre una ficción—donde siempre está en control, siempre es deseado, siempre es inocente.
¿Cómo aparece?
Puede ser carismático, incluso santificado, en público.
Pero tras el encanto se esconde otro rostro—uno de seducción calculada, culpa manipuladora, abandono repentino o chantaje emocional.
Estas máscaras de comportamiento corresponden a estructuras psicológicas más profundas, perfiles clínicos que nos ayudan a entender la psique del padre:
-
El Don Juan: Seductor, inalcanzable, leal solo a su deseo. Necesita ser amado, pero no puede amar. Sus hijos se convierten en espectadores accidentales de su interminable cacería.
-
El Mártir: Siempre sacrificándose por los demás, pero castigando en silencio a todos por su supuesta generosidad. Te hace sentir culpable por necesitarlo.
-
El Tirano: Duro, impredecible, controlador. Puede que nunca golpee, pero hiere con palabras, con silencio, con ausencia.
-
El Bufón: Gracioso, simpático, nunca serio. Pero imposible de sujetar. Se escabulle de la responsabilidad, dejando confusión tras de sí.
Rostros clínicos: ¿narcisista, psicópata o perverso?
Aunque Lacan resiste reducir las estructuras psíquicas a categorías clínicas fijas, para quienes conviven con un padre así, es natural preguntarse: ¿cómo se manifiesta esta estructura en perfiles psicológicos reconocidos?
-
El narcisista ve a los demás como espejos. Da afecto solo cuando refleja su ego. Abandona o ataca cuando otros no confirman su grandiosidad.
-
El psicópata ve a los demás como herramientas. No siente culpa, solo cálculo. Sus manipulaciones son frías, su encanto estratégico, su remordimiento teatral.
-
El perverso, en términos lacanianos, es algo más radical. No solo explota a los demás—escenifica toda la escena del deseo. Se ofrece como objeto de goce, o como agente que impone la ley de forma distorsionada.
Él actúa fantasías donde los límites se disuelven y la ley simbólica es esquivada. Estas disoluciones pueden manifestarse en muchas formas: confusión emocional, abandono público, o incluso la transgresión de límites sexuales.
Cuando el amor se vuelve goce
La perversión, para Lacan, es una defensa estructural contra el vacío de la castración—la falta en el corazón del sujeto. El padre perverso construye su universo para negar esa falta. Escenifica seducción, crueldad o sacrificio para convencerse—y convencerte—de que es entero, completo, más allá de la necesidad.
Así disuelve convenciones, normas sociales y la moral misma.
Puede negarte en público mientras susurra en privado que eres su favorito.
Puede oscilar entre calidez y frialdad con precisión quirúrgica, manteniéndote suspendido en confusión—siempre persiguiendo ese momento de amor verdadero que nunca vuelve.
Puede que no te golpee.
Pero te perseguirá.
Porque su poder no reside en sus puños, sino en las historias que escribe sobre ti—
y te obliga a vivir dentro de ellas.
¿Puede ser feliz?
Esa pregunta persigue a muchos hijos de tales padres.
Y la respuesta puede ser: él no lo sabe.
Su mundo está estructurado alrededor del goce, no de la felicidad. Y el goce no es alegría—es exceso, dolor, vértigo, dominación. Se alimenta de otros, pero nunca nutre.
En este sentido, es prisionero de su propio teatro.
Siempre actuando. Nunca real.
Siempre en control. Nunca amado.
Lo que nunca obtendrás
No lo cambiarás.
No habrá epifanía.
No habrá despertar repentino.
No habrá carta de disculpa escrita con manos temblorosas.
No habrá abrazo retroactivo que reescriba tu pasado.
¿Por qué?
Porque en su lógica no existe un verdadero Otro.
Nadie a quien responder. Nadie cuyos sentimientos sean reales, a menos que sirvan a su narrativa.
Él es la ley. Él es el autor.
Y tú, ¿qué eres? Un accesorio o una amenaza.
Esperar que cambie es como esperar que el espejo hable.
De la supervivencia a la fuerza
¿Qué queda entonces para el hijo de tal padre?
La verdad.
La verdad de que fuiste usado—no visto, no amado, sino usado—para su propia economía psíquica.
Esa verdad, aunque amarga, es liberadora.
Porque en ese reconocimiento está tu subjetivación:
Ya no estás atrapado en su fantasía.
Ya no persigues la pieza faltante.
Dejas de esperar reparación de alguien que solo sabe repetir.
Y esto, paradójicamente, es el inicio de la fuerza.
El hijo de un padre perverso a menudo se convierte en una pregunta encarnada.
Una pregunta sobre valor, deseo, amor.
Pero al negarte a desempeñar el papel que él te asignó, te conviertes en quien escribe.
No el títere—sino el poeta.
No eres su espejo.
No eres su fantasía.
No eres su objeto.
Eres un sujeto.
Y eso es algo que él nunca podrá ver realmente—
Pero tú sí, ahora.
Comments
Post a Comment