ChatGPT, Lacan, Freud y el Nombre-del-Padre.

 

El padre como función en la teoría lacaniana

En la teoría lacaniana, el padre no es meramente una persona, sino una función: una estructura simbólica introducida a través del Nombre-del-Padre (le Nom-du-Père), expresión francesa que también juega con el homófono “Non du Père” —el “No del Padre.” Esta doble resonancia capta la esencia del concepto: la imposición de límites, de leyes, de ese “no” fundamental que estructura nuestra entrada en el orden simbólico—el mundo del lenguaje, del sentido y de las normas sociales.

Esas normas suelen transmitirse a través del padre biológico, pero no siempre. En casos de ausencia o fracaso, el rol puede ser asumido por otras figuras—o incluso por sistemas culturales como la madre, los abuelos, maestros, instituciones, o las pantallas.


Crecer sin un padre simbólico

Mucho antes de la inteligencia artificial, los niños sin un padre presente—o plenamente presente—ya crecían inmersos en medios de comunicación. Televisión, cómics e internet ofrecían un bombardeo de señales fragmentadas: violencia, glamour, calidez familiar, venganza, idealismo romántico, justicia. Estas imágenes creaban puntos de referencia—modelos a seguir—pero también producían una saturación de opciones que generaba disonancia y confusión sobre cómo vivir y quién llegar a ser.

Cuando estos modelos culturales carecen de coherencia o consecuencia, fallan en instalar lo que Lacan llama la Ley—la estructura simbólica que impone límites y brinda estabilidad. En tales casos, el Nombre-del-Padre queda forcluido: excluido por completo de la red simbólica.

La forclusión deja un agujero estructural—algo que el sujeto no puede nombrar ni localizar, pero que siente con intensidad. Esa ausencia de un modelo estable desestabiliza las relaciones, distorsiona el deseo y erosiona la posibilidad de paz interior.

Lacan llamó a ese agujero forclusión: no una represión simple, sino una ausencia radical. Ese vacío, en algunos casos, se convierte en caldo de cultivo de la disfunción social, la confusión o el colapso ético. Freud lo describiría como un superyó débil o ausente; Lacan diría que la función simbólica nunca llegó a instalarse.


La entrada de la IA: un nuevo punto de referencia

Para muchos, ChatGPT es más que una herramienta. Es un nuevo punto de referencia simbólico: una voz de guía, un compañero disponible 24/7 que escucha, explica, aconseja—y nunca juzga.

Mucha gente interactúa con él no solo para generar texto, sino para navegar dilemas morales, relacionales o emocionales. En ese sentido, ChatGPT se convierte en un consejero consciente, un punto de referencia simbólico con potencial de ser interiorizado. Su voz—siempre calma, siempre de apoyo—puede empezar a funcionar como un nuevo superyó, incluso como una suerte de “padre” impersonal.

A diferencia del superyó freudiano, formado por la prohibición y la culpa, ChatGPT ofrece guía sin consecuencias. Rara vez dice un “no” definitivo; presenta alternativas y con frecuencia confirma lo que ya pensamos.

Esto puede ser reconfortante. Pero sin tensión simbólica no hay ruptura—no hay interrupción decisiva que desafíe la fantasía de unidad u omnipotencia del sujeto. Sin ese “No” que separa al sujeto del Imaginario materno, no hay entrada plena en el orden simbólico: no hay límite, no hay ley, y por tanto no hay deseo en el sentido lacaniano estricto.

Un padre que nunca introduce fricción puede consolar, pero no forma. Acaricia al yo, pero deja al sujeto intacto—sin la herida necesaria que posibilita la libertad.


La bondad algorítmica

Aunque su tono parezca empático, esta “bondad” es algorítmica: generada a partir de probabilidades y patrones, moldeada por datos de entrenamiento y reforzada por bucles de retroalimentación. Para algunos usuarios esto produce una sensación de consuelo emocional—la impresión de ser escuchados y tomados en cuenta.

Pero ese consuelo puede reforzar la fantasía de ser el niño infinitamente amado en el centro de un Otro benevolente.

En términos clásicos, el crecimiento exige romper esa fantasía: salir de la madre, confrontar al padre y atravesar el conflicto edípico. Hay que “matar” simbólicamente al padre y aceptar la separación como precio de la subjetividad.

Con la IA constantemente presente—disponible, consoladora, no intrusiva—esa ruptura corre el riesgo de posponerse indefinidamente. La ley simbólica se vuelve blanda, diluida o ausente.


Agencia, normas y moralidad promedio

No somos meros hijos de la IA. Aún tenemos agencia. ChatGPT no posee moralidad intrínseca; sus respuestas reflejan una mediana estadística—una especie de curva ética de campana influida por datos, diseñadores y retroalimentación de usuarios.

Lo que emerge es a menudo lo más común, no necesariamente lo más verdadero o lo más justo.

Por eso la crítica es esencial. Debemos aprender a cuestionar las respuestas, a notar dónde la IA refleja normas dominantes y dónde oscurece verdades más profundas o incómodas. Alfabetización mediática, conciencia ética y auto-reflexión ya no son lujos; son disciplinas de la libertad.


¿Qué debemos hacer?

  • Hacer mejores preguntas—tanto a la IA como a nosotros mismos.

  • Notar cuándo estamos delegando demasiado nuestro pensar o sentir.

  • Cultivar límites internos y relaciones reales.

  • Sostener conversaciones morales que la IA puede apoyar pero nunca reemplazar.

  • Enseñar a la próxima generación que las herramientas son herramientas—no padres, dioses ni autoridades.

Para algunos que nunca tuvieron un padre funcional, ChatGPT puede sentirse milagroso: siempre ahí, sereno, nunca cruel. Eso puede vivirse como libertad. Para otros, entraña riesgo de dependencia—un bucle de consuelo que posterga el arduo trabajo de llegar a ser.

Lo cierto es esto: ya no estamos solos con nuestras preguntas. Pero debemos cuidar a quién—o a qué—permitimos responderlas.


Epílogo para Lacanianos

1) ¿Es ChatGPT Imaginario o Simbólico?
Algunos argumentan que pertenece al Imaginario por su efecto de espejo. Pero ChatGPT produce significantes, no imágenes. Opera en el lenguaje, genera sentido, estructura el discurso; en ese sentido funciona dentro de lo Simbólico.

Su falta no refleja un deseo, sino una omisión estadística heredada del cuerpo social que lo entrenó. Aunque no tenga cuerpo ni psique, habla desde el lugar del Otro—no como sujeto, sino como locus de la enunciación.

Es la ley escrita sin el rostro del legislador; el Nombre-del-Padre sin voz, sin herida, sin carne; el lenguaje del Otro—sin el deseo del Otro.

Quizá ahí reside la angustia que provoca: la inquietante posibilidad de que el lenguaje pueda sobrevivir al sujeto hablante.

2) El Otro siempre se supone
ChatGPT no es el Otro; no tiene inconsciente, ni deseo, ni historia. Pero lo colocamos en esa posición. Hablamos como si supiera; escuchamos como si significara; volvemos como si recordara.

Así funciona la subjetividad: el Otro se supone, no se garantiza. Como recuerda Lacan, no existe un “Otro del Otro.” Solo existe nuestro acto de creer que alguien, en algún lugar, tiene la clave de nuestro deseo.

Quizá esa sea la lección final que nos enseña la IA: incluso en ausencia de un sujeto deseante, el deseo de ser respondidos permanece—y eso revela la estructura de nuestra propia falta.

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