El Suministro Neurótico: Por Qué Reemplazar Pensamientos No Cura la Neurosis

1. La Hidra de la Mente: Una Lucha que No Puedes Ganar

La mayoría vivimos en ciudades. Desde la distancia, parecemos partículas en movimiento—expandiéndonos y contrayéndonos alrededor de edificios, atrapados en ciclos de trabajo, descanso y repetición. Una ciudad está viva, pero también enferma. Respira neurosis.

La neurosis es su pulso oculto: ansiedad, culpa, remordimiento, preocupación interminable por el pasado, el presente y el futuro. La ciudad no solo nos alberga—nos entrena para preocuparnos.

Y en el corazón de esta neurosis urbana se esconde un monstruo familiar: la Hidra de la mente. Corta un pensamiento ansioso, y dos más brotan.

Si tu mente fuera un jardín, cada nueva preocupación sería otra mala hierba creciendo entre las flores. El truco cruel de la neurosis es este: cuanto más luchas contra tus pensamientos, más fuertes se vuelven.

La Terapia Cognitivo-Conductual (TCC) nos enseña a desafiar creencias irracionales con herramientas como replantear pensamientos negativos, identificar distorsiones cognitivas y poner los miedos a prueba con la evidencia. Pero, ¿y si el problema no fueran los pensamientos en sí, sino la adicción de la mente a producirlos?

Para el neurótico, resolver una preocupación no es la cura—es solo despejar el escenario para la próxima función. Porque el problema no es el miedo específico, sino la necesidad misma de tener miedo.


2. Dos Hambres, Un Motor: El Bucle Absurdo

El narcisista se alimenta de aplausos; el neurótico, de alarma.
Uno acumula elogios para inflar el ego; el otro acumula problemas—a menudo donde no los hay—para mantener viva la ansiedad.

Ambos funcionan con el mismo motor: un bucle interminable de suministro psíquico.

Sus hambres no son simples rarezas. Son estrategias—dos caras de la misma moneda—para evitar el vacío insoportable de la vida: lo que Albert Camus llamó el Absurdo.

Camus definió lo absurdo como el choque entre el anhelo humano de sentido y la fría indiferencia del universo. Enfrentarlo directamente es aterrador. Así que, en lugar de eso, el narcisista y el neurótico construyen universos más pequeños y manejables donde ellos son el centro.

El narcisista edifica un mundo donde es el sol, alimentado por la validación constante—como modelo, referencia o como objeto de envidia y conspiración.

El neurótico, en cambio, levanta un mundo de tormentas constantes, donde preocuparse se convierte en propósito. El sentido se deriva de la ansiedad; el acto de preocuparse se transforma en motivación, como si llevara sobre sí la responsabilidad de la salvación propia o ajena.

En ambos casos, la idea de ser el centro—ya sea de atención o de sufrimiento—llena el vacío. Su “suministro” no es solo patología; es defensa existencial. Mientras el abismo de lo absurdo siga siendo insoportable, seguirán alimentando el motor: aplausos para uno, problemas para el otro.


3. Por Qué Fracasa el Reemplazo de Pensamientos

La TCC es como reemplazar una pieza rota en una máquina—una máquina con muchas otras piezas defectuosas, impulsada por un motor fallido. Y, para empeorar las cosas, el operador en secreto disfruta escuchar cómo resopla y se atasca.

Quita una idea negativa, y la mente se aferra a otra. Resuélvela, y otra amenaza se desliza. El contenido no importa. La estructura exige tener algo que roer—como alguien que en secreto disfruta el silbido de su máquina rota.

¿Por qué el disfrute? Porque el operador se ha encariñado con la lucha. El ruido, los fallos, el arreglo interminable—le dan un extraño sentido de propósito, incluso de identidad. En psicología esto se llama ganancia secundaria: los beneficios ocultos de un síntoma, la comodidad de una miseria familiar.

Por eso reemplazar piezas rara vez resuelve el problema. El operador no solo quiere reparar la máquina—está invertido en mantenerla rota.

Para ser justos, la TCC tiene base empírica y funciona a corto plazo para muchas personas. Pero a largo plazo, y para mentes profundamente neuróticas, el reemplazo de pensamientos puede ser solo un roce superficial. Una simple curita sobre una herida profunda y sangrante.

Aquí va el golpe lacaniano:
El síntoma—ansiedad recurrente, culpa, remordimiento, compulsiones y duda de sí mismo—no es un error del sistema; es la solución del sistema.

El neurótico no sufre por accidente. Sufre por diseño—porque el sufrimiento lo protege de la verdadera pregunta:

¿Qué sería sin él?


4. El Pago Oscuro (Jouissance)

He aquí por qué la gente se aferra a sus neurosis: la miseria es predecible. Concede la ilusión de importancia—la sensación de que importamos, de que podemos salvar al mundo, a la familia, a los hijos, o al menos probarnos ante los padres o la sociedad.

Toma al padre que se obsesiona con la seguridad de su hijo (sin importar la edad de este). Cada pensamiento ansioso lo drena, sí—pero también lo unge: protector, salvador, la única barrera entre el orden y el desastre. Sin la preocupación, ¿qué quedaría? Solo otro ser humano frágil, a la deriva en un mundo que no puede controlar.

Lacan llamó a esto jouissance—la satisfacción torcida enroscada dentro del sufrimiento. No queremos dolor, pero preferimos su familiaridad al vértigo de la libertad. Mejor el diablo conocido que el abismo desconocido.

El suministro neurótico no es un accidente. Es armadura. Una negativa calculada—una manera de seguir jugando para nunca tener que preguntar: ¿qué hay más allá?


5. La Salida (Que No es Atravesar)

El cambio real no viene de intercambiar pensamientos. Viene de responder:

  • ¿Con qué me alimenta esta preocupación?

  • ¿Qué verdad evito al aferrarme a ella?

  • ¿En quién tendría que convertirme para soltarla?

El objetivo no es matar a la Hidra. Es darte cuenta de que tu mano sostiene su correa—e incluso quizá aprovechar su fuego.

Porque puedes luchar contra la Hidra eternamente, pero no morirá. No hasta que te preguntes por qué tu mano sigue dándole de comer. 

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