La psique que pulsa: cómo lo Real, lo Simbólico y lo Imaginario respiran en la vida

 


Nuestra experiencia no es una piedra inmóvil, sino un pulso: late con el clima del día, con el humor que nos visita, con esas leyes invisibles que la tribu que habitamos nos tatuó. Casi nunca habitamos el centro sereno del Hombre Simbólico (Figura 1), del que hablé anteriormente: ese nudo donde Ley, Deseo y Falta se sostienen sin estrangularse, como tres sogas tensas que no se rompen.



Figura 1.

Algunos reciben desde niños un suelo que no se hunde con el peso de la vida: marcos firmes, nombres que no traicionan, un horizonte con menos fantasmas. Pero el arte de permanecer en ese centro no es herencia: es artesanía. A unos pocos la resiliencia les brota sola, como esos juguetes que siempre regresan al medio aunque reciban el golpe más fuerte; a la mayoría nos toca aprender el oficio más humilde y más noble: volver cada vez que la vida nos desaloja, remendar mientras caminamos.

Freud oyó el tambor; Lacan escribió la partitura. Nosotros hacemos la música a través de los tres registros de la psique:

Imaginario, territorio de espejo e identificación, ese “lo veo y lo sé” de la mirada;

Simbólico, arquitectura de palabras, roles y ley, tejido que nos ubica y nos ata  “si lo puedo describir, existe” ;

Real, aquello que no entra en el diccionario: trauma, accidente, ese agujero que interrumpe el sentido.

En los diagramas que siguen, cada registro es una esfera que se expande y se contrae. El triángulo punteado LEY (L), DESEO (D) y FALTA (K) es el escenario donde bailan. Cuando una esfera crece demasiado, las otras ceden: la forma se tensa, la voz cambia.

La Ley pone la medida del mundo. El Deseo es esa fiebre de otra cosa. La Falta es el hueco que nos pone en marcha. Por dentro corre la jouissance; no placer tranquilo, sino exceso: esa satisfacción que a veces duele, girando alrededor del objeto imposible del deseo, el objeto a, pequeño como punto y voraz como agujero negro. Alrededor de él, la jouissance toma colores: CDJ (empuje corporal de la pulsión), Jφ (goce fálico del rendimiento y la posesión), JA (ese brillo devocional que imagina satisfacer al Otro).

Entre esos pétalos anidan tres espinas que nos marcan el día: ansiedad, cuando el cuerpo roza la imagen; inhibición, cuando la Ley pesa más de la cuenta; síntoma, cuando inventamos una “solución” que no resuelve y, sin embargo, retorna una y otra vez pues trae paz (Figura 1).

Dos latidos sostienen el fondo (lo sabía Freud): Eros, que enlaza y teje; Tánatos, que desata y empuja a la descarga. Los griegos lo cantaron como tensión entre móira (medida, destino) y hýbris (desmesura). Nietzsche lo soñó en pareja: Apolo (forma, límite, símbolo) y Dioniso (cuerpo, exceso, éxtasis). Nuestra psique es ese campo de batalla y reconciliación.

Con esta cartografía, entremos en tres escenas de todos los días:

I. Una habitación llamada Pérdida — la herida de lo Real

Basta una palabra para desmoronar el mundo.

En el diagrama de Tragedia, lo Real se vuelve pesado como plomo. Se ensancha y ocupa el aire. Lo Imaginario se llena de unas pocas escenas clavadas: la silla vacía, el teléfono mudo, la puerta que ya no se abre. Lo Simbólico se encoge hasta el hueso: las palabras quedan huecas, los rituales pierden filo, las horas no significan (Figura 2).


Figura 2.

La mente sale a mendigar sentido: explica, regatea, trata de pactar en silencio con el destino, con Dios o con el diablo. El cuerpo, mientras tanto, entra en CDJ: sueño quebrado, apetito errático, esa agitación que arrastra de un lugar a otro buscando estabilidad. La inhibición se adelgaza y todo se podría dar con tal de rescatar lo perdido. La ansiedad florece justo en la costura donde la imagen hiere al cuerpo, allí donde el Simbólico susurra obstinado: “debería ser distinto”.

El síntoma se adueña de la escena: repeticiones, búsquedas, comprobaciones, una y otra vez. Y aparece la pregunta histérica, afilada y sin respuesta: ¿qué soy para el deseo del Otro ahora que ya no está el amado, el trabajo o el futuro soñado?

Si los cimientos fueron buenos, el nudo sostiene y el dolor encuentra un compás que, con el tiempo, permite volver. Si no, la esquina expuesta de la Falta convoca viejas ruinas: sin la función simbólica del Nombre-del-Padre, la brújula se desimanta y la pérdida presente despierta a la pérdida primera. Como en Edipo, no es que el destino nazca hoy; es que la obra revela la marca que ya estaba escrita en la estructura.

II. La oficina donde la Ley se vuelve tiranía — el peso de lo Simbólico

Hay días en que un Monstruo devora el aire.

Los plazos acechan, los protocolos se multiplican, la inhibición manda. Nadie hace lo que desea; todos giramos en torno a la fantasía de satisfacer al Otro. La ansiedad punza con cualquier anomalía: un número que no cierra, un correo ambiguo, una firma que falta. Entonces el síntoma se vuelve previsible: listas para verificar listas, pulido sobre pulido, hasta enterrar la tarea bajo una perfección estéril.

Esto es el discurso del Amo en acto. Un S1 gobierna  (“productividad”, “eficiencia”, “entregar a tiempo”). El trabajador, el sujeto barrado ($) se desgasta en silencio. El objeto a queda como plus de satisfacción: el brillo de no fallar ante la mirada evaluadora

El circuito se alimenta con Jφ, ese goce del rendimiento, del rango y la métrica. La deuda de sueño y la tensión del cuerpo soplan desde CDJ. Y en el borde del mapa, una aguja de Real pincha la ley con cada imprevisto (Figura 3).


Figura 3.

La pregunta obsesiva flota sobre todas las cabezas: “¿Podría perder mi trabajo?” Ninguna métrica la responde. El reconocimiento se apila como arena y el bucle vuelve. Tánatos aplaude la repetición. Eros debe entrar a interrumpir el rito: trazar la diferencia entre hecho y perfecto, dibujar el proceso en una página para que el Imaginario humanice a la Ley, hacer una sola prueba en el mundo de las cosas. No se trata de desobedecer, sino de darle medida a la Ley para que el lenguaje vuelva a servir a la vida y no a devorarla.

III. El acantilado llamado Deseo — el embate de lo Imaginario

Y, de pronto, el cuerpo se enciende.

En la Excitación Sexual (Figura 4) lo Imaginario se vuelve faro: el cuerpo como imagen, el magnetismo, el ritmo. Un señuelo mínimo (el objeto a en forma de mirada, voz u olor) captura la atención. La fantasía arma la escena y el goce comienza a orbitar ese objeto imposible. Nunca se lo alcanza; así está hecha la estructura del deseo.

Figura 4

La pulsión empuja y encuentra su límite en lo Real con la descarga del orgasmo. Tánatos pide su impuesto y el circuito se dispara. La inhibición se adelgaza, como corresponde en el territorio del sexo, pero lo Simbólico no desaparece: se reduce generalmente para proveer una gramática mínima (consentimiento, límites, sentido compartido). Con ese anclaje, JA (goce del Otro) y Jφ (goce fálico) pueden volverse intensos y decibles; no se excluyen, se ordenan.

El diagrama lo dice sin rodeos: el sexo rara vez “va sobre el sexo”. Es la puesta en escena de una fantasía alrededor del objeto a. A menudo se desplaza hacia la esquina de la perversión que en su sentido técnico lacaniano el sujeto toma el lugar de la Ley y, en ese gesto, quiere ser visto, notado, reconocido, probado en su existencia. Una y otra vez el juego cierra el circuito pasando por el deseo del Otro (JA), por el brillo fálico de poseer por un momento al otro convertido en objetivo y conquista (Jφ), y por el goce corporal (CDJ) que descarga en lo Real.

Cuando lo Simbólico se adelgaza en exceso aparece el síntoma: una rutina sexual compulsiva que promete alivio y solo repite la escena con otros vestuarios, otros actores y el mismo guion.

El arte de volver

Si te observas con calma, oirás el compás.

Por la mañana, sube lo Imaginario: espejos, redes, planes.
Al mediodía, se impone lo Simbólico: roles, métricas, correos.
Por la noche, entra lo Real: cansancio, noticias, restos de memoria.

No es patología: es pulso. El oficio consiste en notar qué registro tomó la batuta, sentir qué costura se calienta y elegir, para esta hora, la puntada que compense Real, Simbólico o Imaginario.

Por eso importa la primera imagen. El Hombre Simbólico no es un ídolo: es un faro. No vivimos en equilibrio: regresamos a él. Como Sísifo que encuentra sentido en el ascenso; como el eterno retorno de Nietzsche, donde afirmar el ciclo  (también el dolor) es afirmar la vida. Hay días en que volvemos tres veces antes del almuerzo; otros, ni almuerzo hay.

El secreto no es la fuerza de voluntad, sino la técnica:
una frase lo bastante honesta para nombrar lo innombrable;
un trazo que haga manejable una ley abstracta;
una prueba que deje hablar a lo Real;
una respiración que traiga el cuerpo de vuelta al tiempo.

La psique no es un problema que “se arregla”, sino una tela en perpetuo tejido. Cuando un círculo se hincha, no necesitas una identidad nueva ni otra teoría: necesitas un contrapeso.
Si pesa lo Real, apóyate en Imaginario y Simbólico: imágenes, palabras y nombres compartidos que sostienen.

Si aplasta lo Simbólico, date arte, juego y expresión para que respire lo Imaginario.

Dale tiempo al trabajo. El tiempo no borra: suaviza y anuda.
Con paciencia, el nudo vuelve a sostener.

 


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