¿Por qué soñamos los animales? El peso de lo Real
Los sueños son el trabajo secreto de la mente, una ficción necesaria que debemos contarnos para soportar la realidad incomprensible de cada día. El cuerpo está quieto, pero en el teatro silencioso de la mente no descansa. Todos los animales duermen, pero solo algunos tenemos palabras para descifrar eso que soñamos al dia siguiente.
En ese espacio frágil entre el despertar y el olvido, el cuerpo ensaya, recuerda y a veces reabre viejas heridas. La pregunta de por qué soñamos es tanto biológica como poética: el sueño pertenece al mismo tiempo a las neuronas y al mito del ser.
Los primeros mamíferos ya llevaban en sí la arquitectura del sueño. Cuando una rata recorre un laberinto, sus neuronas disparan un patrón que más tarde se repetirá durante el sueño. Es un ensayo sin movimiento, una representación silenciosa de la experiencia detrás de bastidores. El sueño, entonces, puede ser el precio que pagamos por la experiencia. Al soñar, establecemos la memoria, pues para conservar sus historias, el cerebro debe revivirlas.
Sin embargo, soñar no es solo repetir, sino condensar: plegar muchas experiencias en una sola imagen. El cerebro animal primitivo, con muy pocas palabras, se aferraba a las imágenes para procesar el deseo. En los humanos, la condensación es tanto lingüística como neuronal. En una sola imagen onírica se pueden fusionar varias palabras, recuerdos y afectos en una metáfora compacta que siempre, siempre apunta a lo que se desea. En los animales, el mismo proceso ocurre en una clave más simple: el olor del peligro, la sombra de la huida, el llamado de una pareja, el apetito fugitivo. El sistema nervioso aprende a asociar, comprimir y anticipar. El vínculo entre sonido e imagen es la semilla del lenguaje presente en una gran cantidad de animales. Cuando un sonido evoca una imagen, ha nacido el significado.
Quizás allí nació lo simbólico: en el instante en que una vibración del aire representó algo ausente. Con esa sustitución, la vida dejó de ser inmediata para volverse mediada; la percepción se transformó en interpretación. Y toda interpretación abre un intervalo entre lo que se ve, lo que se siente y lo que se dice.
Ese intervalo es el espacio de lo Imaginario: el reino de las imágenes, la identificación y el deseo. (Este ámbito, distinto del mundo ordenado del lenguaje (lo Simbólico) y del núcleo imposible de la experiencia (lo Real) tiene peso porque está cargado de sensaciones.) Es la parte de nosotros que tiembla cuando aparece una imagen de pérdida. Es también la razón por la cual el trauma suele volver como imagen y no como palabra. Una imagen traumática es un fragmento de lo Real que nunca logró entrar del todo en el terreno de la palabra (lo Simbólico); irrumpe a través del lenguaje pero con un diccionario diferente o se instala en una visión o sensación.
Lo Real resiste la simbolización porque ocurre fuera de las coordenadas del sentido. Cuando algo sucede y no puede ser absorbido por las palabras y estructuras que usamos para entender el mundo, queda como un puro acontecimiento: crudo, indecible, sin resolver. Cuando lo Real irrumpe en lo Imaginario, el sueño se fractura. Aparecen los recuerdos intrusivos, las pesadillas, la repetición insistente de una escena insoportable.
La salida no consiste en silenciar la imagen, sino en devolverla al habla, en permitir que lo Simbólico la metabolice. La llamada terapia de la palabra es precisamente eso: un proceso de digestión psíquica, una re-simbolización de lo que había quedado atascado, crudo e indigesto, en la imagen y el afecto.
Hablar un trauma es reintroducir el tiempo en lo intemporal. Cada palabra justa es una pequeña victoria de la sintaxis sobre el caos, de la secuencia sobre la simultaneidad. El lenguaje no borra la herida, pero permite que esta tenga lugar en la historia, en vez de repetirse eternamente en lo Imaginario.
¿Por qué soñamos los animales?
Porque lo Real es demasiado pesado para soportarlo despiertos.
Lo Real es tan confuso que crea ecos de entendimiento que se reproducen en el sueño. Quizás se interpreta así: mi madre, una casa; la montaña, el matrimonio; el mar, la muerte. Todas son interpretaciones profundamente personales, ligadas a un diccionario único e individual. El sueño es la forma en que el cerebro metaboliza lo imposible, transformando la sensación cruda en sentido. El giro humano consiste en que soñamos no solo en imágenes, sino a través de un tipo de lenguaje. Allí Lacan encontró que el inconsciente siempre se habla, con un lenguaje similar al del sueño: metáforas y metonimias, desplazamientos y condensaciones. Traducimos la condensación silenciosa del cerebro animal en la gramática oscura del deseo.
Cada noche, el animal que somos se encuentra con el ser hablante en que nos hemos convertido. En ese encuentro, la realidad se forja de nuevo; medio recordada, medio inventada, siempre incompleta, pero lo bastante coherente como para hacernos avanzar hacia la luz de un nuevo día, un poquito más sabios.
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